Curiosamente, durante esos tres días de agonía, Omayra pensaba solamente en volver al colegio y en sus exámenes, al mismo tiempo que le mandaba un mensaje a la prensa para que ayudaran a su madre: “Yo quiero que ayuden a mi mamá, que ahora está en Bogotá, porque ella se va a quedar solita”, les dijo a los periodistas.
Al tercer día, cerca de la 1 de la mañana, Omayra comenzó a delirar. Testigos señalan que dos horas después la niña comentó: “Ya el Señor me está esperando”. Al poco tiempo, la menor cerró sus ojos para siempre. Testigos cuentan que antes de morir levantó su carita y miró a los rescatistas y los periodistas e intentó esbozar una sonrisa.
Periodistas de la BBC relataron posteriormente que “Omayra no nos miró con súplica, no estaba derrotada, había mucho de valentía en su mirada”. La noticia de su muerte, por descontado, dejó consternados a todas las personas que habían intentado rescatarla, como el médico colombiano Mauricio Sarmiento: “No es justo, Dios, no es justo. Después que luchamos tanto y ella aguantó”, se lamentaría entre sollozos el galeno.
La entereza y ternura infantil con las que esta niña colombiana de 13 años afrontó los esfuerzos de un rescate imposible mientras las cámaras de televisión retransmitían sus últimas horas de vida, la convirtieron al cabo en la víctima más famosa de las 25 mil víctimas que dejó la erupción del volcán Nevado del Ruiz en 1985. Actualmente, en el sitio donde la pequeña Omayra padeció su cruel agonía es una especie de lugar de peregrinación para muchos colombianos (la niña fue enterrada allí mismo, ya que su madre no quiso que le cortaran las piernas para sacarla de allí y enterrarla en un cementerio). Muchos la consideran una santa y en el lugar, de hecho, hay más de un centenar de placas puestas por personas que le dan las gracias a la pequeña Omayra por los “favores” recibidos.
La entereza y ternura infantil con las que esta niña colombiana de 13 años afrontó los esfuerzos de un rescate imposible mientras las cámaras de televisión retransmitían sus últimas horas de vida, la convirtieron al cabo en la víctima más famosa de las 25 mil víctimas que dejó la erupción del volcán Nevado del Ruiz en 1985. Actualmente, en el sitio donde la pequeña Omayra padeció su cruel agonía es una especie de lugar de peregrinación para muchos colombianos (la niña fue enterrada allí mismo, ya que su madre no quiso que le cortaran las piernas para sacarla de allí y enterrarla en un cementerio). Muchos la consideran una santa y en el lugar, de hecho, hay más de un centenar de placas puestas por personas que le dan las gracias a la pequeña Omayra por los “favores” recibidos.
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